lunes, 19 de octubre de 2009

navegá

sant martí d'empúries
costa brava
otoño, o primavera
dos mil nueve

y un video de mi amigo ariel halac, con la canción que hicimos con jenny náger, tan lejos del mar:

http://www.youtube.com/watch?v=zm16qjdA7-Y&feature=player_embedded


sábado, 19 de septiembre de 2009

yo busco las islas azules


curiosos los giros de la vida:
por algunos pueblos de andalucía soplan los textos de mi tratado de los vientos, en una versión de calle de la odisea

¿cómo navegará ulises con mis vientos azorados?



este viaje, tal vez, ha comenzado mucho antes
pero ahora, proa a las islas azules

mañana será la última noche del invierno
llega la luz, llegan los buenos vientos

mañana, dormir la última noche del verano, en menorca
después granada, almería
después, quién sabe, quizá llegar
quizá volver

llegar
a la primavera del otoño



viernes, 15 de mayo de 2009

ahora

Mientras dura la mala racha, pierdo todo.
Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria:
pierdo llaves, lapiceras, dinero, documentos, nombres, caras, palabras.
Yo no sé si será gualicho de alguien que me quiere mal y
me piensa peor, o pura casualidad,
pero a veces el bajón demora en irse y yo ando
de pérdida en pérdida, pierdo lo que encuentro,
no encuentro lo que busco, y siento mucho miedo
de que se me caiga la vida en alguna distracción.
Eduardo Galeano, El libro de los abrazos.
nado como siempre pero más ahora en un mar de dudas, aunque ahora va dejando de ser ese mar muerto en el que se flota sin hundirse ni moverse, va, ahora, transmutando de magma lechoso y estupor de goce en mar, en mar, y yo sé nadar

en ese magma nada se hunde; en el mar, en cambio, un porro incendiado se sumerge y apaga, se hunde, se pierde para siempre

se pierden cosas en el mar de los días, como mi fuego robado, como los dibujos y las palabras y las melodías de mi hija, como el caracol de mar que navegaba conmigo en mi fuego, como el cuaderno con tapas de madera y ochenta páginas de una novela que todavía no era, que ya no será

palabras que se pierden para siempre, como amores

palabras que volverán, algunas, a las yemas, como los amores, y ya no será lo mismo

la pérdida, el miedo a la pérdida
después, el miedo al alivio: ya no tendré que escribir esa novela

¿después?
después, ahora

ahora este cuaderno, y no ése
este cuaderno, que me llegó sin buscarlo, como el amor: fue amor lo que lo trajo

ahora, este cuaderno que con la sombra de mi mano de escribir entra en la foto que me regaló mi amigo, y con la foto y el amor y el amor de tantos entra en la tapa de mi libro ahora, de mi libro ahora
(ahora, gracias a la foto de rodrigo fierro)

réquiem para mi fuego


anoche me robaron mi fuego

todos los fuegos mi fuego: diez vueltas al mundo, el amor a la velocidad del fuego, quince años de música reverberando en tanto cuero
tantos carteles, colonia-chiloé-la granja, una lapicera
el arte de navegar en auto, lago san roque-villa berna
el fuego bajo las piernas, cerro pelado-miramar-fiambalá
el durazno-san marcos, un caracol
el amor a la velocidad del teatro, y una mujer trepada al capó

anoche me robaron mi fuego




mi hija lloró por su mochila, con todo lo que ha dibujado, escrito y compuesto este año

yo por un cuaderno con tapas de madera y lomo de cuero y hojas de papel madera

de un lado había un relato que mora y yo veníamos escribiendo desde hacía años, una página cada uno

hablaba de un barco abandonado en el mar, derivando con las velas al viento y nadie, absolutamente nadie a bordo...

del otro, en esas hojas marrones, con mi letra absurda, unas ochenta páginas de una novela o de un plan de novela o de un diario de novela que hablaba (porque ya no habla, porque ahora no hablará, porque se ha perdido en el mar de los días) de un barco anclado en el puerto de un pueblo que se inundó, se hundió, se sumergió en la sal líquida de una mar pequeña y voraz

una novela que (me) venía demorando: hablaba de un barco en un mar que no es un mar, anclado en la costa, con las velas arriadas; al timón un tipo, cansado, pero no vencido / anestesiado, pero no dormido / enamorado del arbol caído

también, todos los manuscritos del disco-libro que estoy haciendo con jenny: los bocetos de los poemas, las maquetas de las canciones, los discos con las fotos, los papeles de jenny sobre los que escribía las letras, mis hojitas en las que ella metía las melodías...

no hay copia de nada, claro
no hay copia
de nada

no hay copia, porque todo eso, la fuego y la mochila y la novela y las canciones y el caracol que viajaba siempre conmigo y las llaves del ojalá y los discos que me hacían doler y mi buzo verde y el cuaderno, eso, todo eso, es el pasado

el libro de un hermano



presentación de locales propias, de federico lavezzo

presentar el libro de un hermano es una felicidad
aquí comparto la mía


primero en particulares y luego en generales, federico hizo de la brevedad el espacio para su escritura
en esos dos libros, que son también breves en su exquisito formato, fede traza su rumbo personal hacia el cuento

ahora, en estas cinco noticias locales propias, que llegan al libro por la vía del premio provincial, la escritura genera una atmósfera sutilmente inquietante, ya desde el rumor que sigue sonando al dejar atrás los títulos: sólo que entonces; locales propias; saber, o hacerlo

un rumor que reverbera montado en un lenguaje ceñido y temporalmente corrido, hallazgos verbales que evocan a onetti, a haroldo conti

palabras, giros que son sello ya de la escritura pausada, melancólica, vocacionalmente demodée de federico; se trata de una lingüística política cuyo eje es la memoria

la memoria es también la memoria de las palabras que se van: papel de estraza, sardinel, requintarse

y es también la memoria de la música de esas palabras

palabras que hablaban nuestros abuelos italianos, nuestros abuelos judíos, unos tíos que claramente no vivían en este mundo nuestro, y que fede evoca y recupera: boisserie, librar la paga, jambas

la memoria, porque a federico el olvido lo fastidia, como a marcos berman, uno de los personajes de conversión, el relato que clausura este libro nuevo

en estos cuentos no es la acción la que ocupa el centro: es, quizá, el momento inmediatamente anterior; la duda, la inminencia, acaso la decisión de actuar (escribo acaso, uso esta palabra y siento estar plagiándosela a fede)

escribe federico en la apuesta, el texto que abre particulares:
hay algo poderoso en el momento de tomar la decisión que hace variar el curso normal de los hechos de una vida

ese instante es poderoso, y hay que hacerlo durar: durar, como el humo en los pulmones, como el café en el paladar

demorar antes de actuar
acaso actuar, pero no todavía; no todavía

por ahora, en cambio, fumar

fumar, y tomar un café: si te metés en los cuentos de fede el vapor del café te empaña los ojos; el vapor se mezcla con el humo y en esa nube la luz entra sesgada, una refracción distorsionada, un efecto óptico que federico logra tallando el cristal del relato con una fresa lenta, y un poco de esa antigua pasta de pulir: una puntuación pulida

no todavía, no todavía: los personajes de federico no se ciñen al tiempo, pero miran el reloj; no están apurados, pero viven entregados a la angustia de lo perentorio: mirar el reloj, y seguir en la lectura. sin tiempo; eso dice el narrador de saber, o hacerlo

sin tiempo, una pista de su escritura, tal vez de su filosofía: saber, o hacerlo, algo así como una disyunción zen con fondo de almacén de barrio y tranvías y cascos sobre adoquines en la banda de sonido

escribe federico en sólo que entonces: un tiempo fuera del tiempo, como ahora, sólo que entonces la vida

para los personajes de fede el mundo de ahí afuera, este mundo de ahora, transcurre ajeno, apurado

como si ahora no fuera parte de la vida, como si la vida, todo eso que merece llamarse vida, tuviera su morada inamovible en el pasado, una morada con las paredes de ladrillo desnudo oscurecido por el moho de los años

en un cuento inédito, si el tiempo, fede propone: si el tiempo, de algún modo, fuera forzado a demorar su marcha, entonces tal vez podrían verse los intervalos vacíos

tiempo robado al tiempo, como roba su negro jefe en un librito de cordel que compartimos hace un par de años, y que editamos junto a ingenio papelero

algo de esto resuena en la partida, un cuento inédito de federico: el único modo de saber era seguir la partida. una vez más, le tocaba mover; pero unas líneas después el relato termina y ya no sabremos si quien tenía que hacerlo movió, si siguió la partida para saber

¿hacer para saberlo, o saber, o hacerlo?

que fede nos lo responda, o mejor dicho nos lo pregunte, en el cuento que lleva por título esa duda:

Saber, o hacerlo

El tipo aquel me contrató para que lo mate de un tiro en la cabeza. Uno solo, limpio. Sin aviso. El arreglo me dio estos quince días para elegir el momento. Si no cumplo, en tiempo, y en forma, su escribano estará eximido de librar mi paga. Es aquel tipo, sentado junto a la ventana, que toma café mientras lee y disfruta un cigarrillo. Ese que hace catorce días vengo siguiendo, como una sombra que él desconoce, desde la tarde en que lo vi salir de la escribanía con el paso de los que ya no deben nada. Aquel que parece haber ganado en estos días alguna batalla sustancial, algún sentido. Catorce días que lo observo, como ahora, que estudio hasta sus detalles ínfimos, que tomo notas. Ya casi imito, sin querer, su modo de cruzar la calle, el gesto de llamar a los mozos, el gusto por leer en los cafés, y fumar, sin tiempo. Catorce días y siempre encuentro que falta un detalle, por ejemplo, esa forma de buscar, de tanto en tanto entre las mesas, un signo en un rostro anónimo que delate mi presencia. Como ahora, y después, mirar el reloj, y seguir en la lectura. Sin tiempo.
Si pudiera preguntarle sería diferente.
Si pudiera saber cómo se siente, cómo se alcanza la naturalidad suprema de las cosas, cuando cada momento puede ser el último. Si yo pudiera saber. Eso sería diferente.
Pero es saber, o hacerlo. Entre hablarle y dispararle ahora, por ejemplo, no sólo está la plata. También mi curiosidad.
Mi curiosidad.


hurgo en la biblioteca, busco más textos de fede (durante veinte años fede me ha mandado sus cuentos en infinitas variaciones, en infinitos formatos; nunca parecen inéditos, recién nacidos se los ve ya en forma de libro); en un libro celeste y bizarro, una de esas antologías demoradas que provocan algunos concursos, me topo con el cuento la caída, o acaso (lo había dicho, me parecía que esa palabra le pertenecía)


hurgo también en la computadora; encuentro otro cuento, se llama cuatro: ahí está, ahí dice: para saber hay que meter mano

en ese librito negro, diminuto y leve que es generales hay un texto que se llama ahora:
tiene un nombre esa sensación; (...) miedo corrompiendo la boca del estómago, (...) sequedad de la lengua, respiración anhelante, pedregosa, garganta estrecha. se experimenta en la inminencia de una clase de temporalidad efímera y esquiva, efectiva, irrefutable. no lo que ha quedado un segundo en el pasado, ni lo que forma parte del magma ilusorio que azuza la expectativa y lo por venir

y por último, en sólo que entonces, la primera noticia de estas cinco locales propias:
hay un cansancio que sube como una fiebre conocida, la de postergar hasta el agotamiento el sitio en el que finalmente habrá que pararse a un costado de la ruta

gs,

biblioteca córdoba,

otoño de dos mil nueve

martes, 21 de abril de 2009

la última prosa


(por montevideo con aristimuño)


resolver la última prosa
eso dice la canción y no hay dedos
acá que puedan hacerlo
no hay dedos ésta
es una casa de mancos
que escriben en otro lado en otra
pantalla
una película de ésas
con una chica y un escritor y otra
chica

¿cómo será
escribir
de este lado del otro
lado de la pantalla?

lunes, 2 de marzo de 2009

elle


(escrito con mar)

1
iza el pantalón por esos mástiles
tensos
elle, ella
alta en el cielo un águila guerrera

¿elle, ella?
el narrador no lo recuerda
en este momento, por ejemplo, vuelve a sentir
la lluvia áspera frotando el metal del techo
la fricción que azuza el calor oscuro
del verano

recuerda una caricia sobria y definitiva
una respuesta inútil, una pregunta
para ya no volver

después, derretidas en el fuego, se montan
las imágenes, se funden unas sobre otras
unos pantalones lentos, un pubis, los ojos
atados al dibujo abdominal

ya tiene, casi tiene, los rasgos, los indicios
que la identificarían, y al pasar
del pubis a un lunar, a la marca extranjera de su voz
todo cae
el eslabón perdido entre las yemas y las teclas
el mar de los mensajes, y un nombre que no llega
elle, ella


2
elle, sin nombre todavía, escribe:
y yo con estas olas que has desatado
apenas sé qué hacer con tanto líquido

tanto líquido, piensa el narrador
le arden las escamas
contesta: mis vientos soplan hacia el norte de tus dedos
y también: apenas sé es ya saber

elle es el nombre
ella, piensa el narrador


3
¿qué quiere decir
elle? elle quiere decirlo todo pero es sólo un nombre
se le traban las letras en esas cuatro notas

llevame otra vez a la punta de tus dedos
a la humedad
dice elle, ahora que tiene un nombre

y sin embargo elle
¿quién es
ella?


4
el narrador acelera, anuncia, habla con las manos de escribir:
voy a llevarte al cielo de mi boca, vas a llevarme a la luna
de tu espalda

hay unos días de calma
el tiempo todo calma
hasta que ella urge: ¿habrá más?

habrá
y eso que parece un futuro cierto y lejano es
mañana, esta noche, ahora

dice ella
o elle: no puedo
más

el narrador responde con algún hallazgo urgente y
sale hacia allá, hacia elle, aunque la novela se demore

al volver encontrará el mensaje nuevo:
quedó encallado tu velero y
ese librito naranja que dejaste como si fuera tuyo: caminás
como quien no se aleja de la puerta de casa

así no escribe ella
así no escribe elle


5
el narrador pregunta, otra vez, si puede llamar
llama elle
el hombre que hay en el narrador se enciende, se mueve, escribe
con los dedos del deseo

no saben si entregarse al fuego de la tarde
el narrador piensa que debería hacer una canción con esa frase
ella también

la tarde se contrae, ella y él y una cama que navega
a cincuenta metros sobre el nivel de la ciudad

después bajan, no tocarán el asfalto por unas horas
una película francesa, la despedida
el narrador deja la cita: el mejor lugar del mundo es aquí y
ahora


6
elle, en un borneo de los vientos: difícil decir no cuando es sí

fiebre de los días, invierno
de la fiebre

llora elle en los mensajes: un cambio de líquidos, que también son parte
del presente
lágrimas más agrias, vapor, sudor
nubes
sal
que fluyan, eso hacen los líquidos

el narrador se apura, no sabe de otros modos: en mis pulmones no fluyen
no respiro, arrebato aire con las manos, como un náufrago
mi cuerpo estalla arde pierde
viento por la herida
de las velas
hace del agua mocos y tumores
¿cómo cambiamos sol por sal?

silencio
hasta que ella
o elle:
¿hay un poco de sal para estos labios?


7
en un mar breve, ella
o elle:
ya me tocaron tus ojos
corre mi sangre más roja si te tengo
en la boca
lo digo soplando un deseo, claro

y el narrador: tu soplo es un deseo claro
hurgo chocolate con la lengua
acá está lleno de olas

elle escribe: soy chocolate, quiero esas olas
soy esas
olas


8
ella escribe más:
pago, como un conjuro, todo lo vencido, como si así el pasado
se disipara un poco más
él: ¿habrá un paraíso para nosotros?
ella, a todo por el todo: ¿habrá? será más un tiempo
que un lugar, cuerpo adentro eclipse
adentro
como el infierno, claro
él: el infierno claro de la duda
y: que se disipe, mar adentro
ella: ojalá no tengamos menos que eso
él: veamos cuánto mar merezco y cuánto viento querrás,


9
el narrador dejó esa coma
navegando en la cresta unas semanas
dinastía de mariposas

elle, o ella: sabía que no iba a poder quedarme mucho
igual estamos acá
yo y mis ganas de tu auto y la ruta y unas canciones
que hablen por los dos, un rato así y
quizá no mucho más que tu risa de perfil

ahora se sentía más aérea menos grávida de ayer y
de mañana
había un peso, sí
el peso del deseo
¿sesenta gramos?

ella: otra conclusión se escapa por la rendija
odio este momento de certeza ficticia, de frases
finales y remates ridículos
odio escuchar todo el día esa canción
odio perder la fe y
sentirme en tus manos, aunque no puedan tomarme
o no sepan
o no quieran
odio saber dónde termina

él: ¿dónde, cómo?

ella, elle: cuando ya no hace decir
no digo con el silencio, ni con la música
digo: cuando ya no hace decir


publicado en revista diccionario 5
www.revistadiccionario.com
córdoba, diciembre de 2008

miércoles, 2 de julio de 2008

baldíos

para mis amigos de diente de león

vengan al baldío vamos
al baldío

arcos marcados
con remeras
piedra de vidrios
astillados

baldío vacío
meando en los rincones
colillas en los dientes
en los yuyos sexo
de baldío

vengan al baldío vamos
al baldío

quinientos quintales de propiedad
horizontal
departamentos de soja y dedeté
baldío inmobiliario
doce por cuarenta de cielo
mío mío mío y de la soja
propiedad vertical del aire de la soja

vengan al baldío vamos
al baldío

la soja
la soja trepa la soja
en ascensores
queda la ciudad
vacía
de baldíos
y en el monte polvo
de ladrillos

en córdoba se puede
en córdoba se puede comprar
en córdoba se puede comprar el cielo

vengan al baldío vamos
al baldío

quiere ser alta
córdoba
ciudad vacía de baldíos
ciudad baldía de vacíos

también los edificios tapan yuyos
pero no se ven
hay un diente de león
perdido
un diente vagabundo sin motivo
de morder
vacío de baldíos

vengan los dioses al baldío
cojan con la luna
de vidrios astillados
estará llorando en los rincones
de la noche del vacío
lágrimas vacías
lágrimas de yuyo
lágrimas
vacías



vengan al baldío vamos
al baldío

martes, 11 de marzo de 2008

cuarenta


estamos
acá y ahora

ahora otra vez no hay
padre
hay dedos que corrigen
brazos que piensan ahora
perdidos por perdidos

ahora hay menos viento
acá
por eso sabemos de velas

acá y ahora
estamos
llenos de sangre demorada
llenos de sangre
en las penas y
en el medio de las piernas llenos
de sangre

acá estamos ahora

hay cuarenta miedos
ahora que todavía no somos
marineros
que todavía

hay cuarenta hay
camino
más allá
de la estela
del camino

ahora estamos acá
en los cuarenta
bramadores
rajando el mapa de
deseos ahora
de tormentas
ahora
que van llegando los vientos
francos al cuerpo libre
de navegar
que van llegando
al cielo de los ojos
al cielo de los ojos

lunes, 10 de marzo de 2008

de josé viñals, algo así como un amigo

Mujer de amor con mi apellido

En el nombre de raza jubilosa de la cebra (hembra y macho); en el nombre de torpe movimiento del elefante (macho y hembra); en el nombre soberano del tigre, dulce de la gacela, mortal de muerte negra de la cobra; en nombre de la fauna de la selva de ignoto instinto e ignorado destino.

En nombre de la estrella polar y de los círculos ártico y antártico; en nombre del lucero del alba y las constelaciones pitagóricas, serenas y acordadas; en el nombre de las mareas, del tifón gris, del maremoto terrible, de la luna, del cachorrillo de oso de los hielos.

En el nombre de la bellota negra, la cebolla contrita, los fundamentos del ajo y el aceite; en el nombre rizado del perejil; en nombre del maíz de espiga promisoria; en nombre de las varias dulzuras del ancho repertorio orquestal de los frutos de las cuatro estaciones; en nombre de los frutos extraños, el aguacate, la chirimoya, el mamey, la papaya y el mango, y otras carnes melífluas de los trópicos, así como de los almibarados y admirables, jugosos y salvajes frutos ecuatoriales.

En nombre de los vientos sagrados de bellísimo nombre: el aquilón, el bóreas, el austro, el cierzo, el siroco, el pampero, la brisa que soplaba en las lecturas de Paolo y Francesca, la que ondulaba las cortinas del cielo de Buda y la Gioconda.

En nombre de las aves de ornato, aves de ex-libris, ceremoniales, de atrevido diseño, el pavo real, la cigüeña, la garza, la lechuza, el pelícano, la cacatúa, el loro, el papagayo, el halcón y hasta inclusive el cisne de las mitologías.

En nombre de las partes pudendas, el pene enhiesto, la vagina fragante, los testículos en su zurrón de cuero deleznable, y aún la geografía de la erogenia y sus osados huecos y promontorios. En nombre de la cópula sagrada y de la suave lengua y sus designios sorpresivos.

En nombre del nacimiento, la muerte y la resurrección de los lobeznos humanos, y de los dioses de perfil podrido.

En nombre de las guerras, pestes y otros desastres naturales o del laboratorio de la muerte sin nombre.
En Tu nombre.

En tu nombre, Mujer de sílabas silentes. Hembra, Mujer, Esposa, Hermana putativa e incestuosa, Madre de los secretos de mi sangre y de la sangre de mi sangre, Cómplice de ignominia y dolor, y Camarada del desvelo y hembra de carne y hueso de mis urgentes escozores.

En Tu nombre, como creyente de Tu nombre sin tretas, Novia perfecta, inacabable, me pongo de rodillas.


Invitación al baile

(de Animales, amores, parajes y blasfemias,
7 i mig, Valencia, 1998.)

No a la locura. No a las soledades. No al huesecito del carámbano, a la semilla de la harina, al átomo de polen. No a la gran carcajada del tamaño del mundo. No digo el mundo como tal, digo las dimensiones del mundo que cabe en mi bolsillo.
No y no a la muerte, a la prolija herida por la que se desangra sin escándalo, organizadamente, gota a gota, la vida de la vida.
No a tu culo de mono, a tu rosado culo de mono ecuatorial, que desordena mis papeles y reseca mi pluma. Y no a la parpadeante risa del infinito abismo de tu vagina autoritaria.
No y no a tus celos inconmensurables. No y no a tu labio chupador, atu teta romántica. Me cago en el alféizar de tu ventana, ésa que da a occidente, es decir, al poniente. Meo en tu bacinilla decorada. Caigo de bruces en el discreto pliegue del vértice negruzco de tus muslos morenos.
Así ando con el sexo, bajo la tiranía obedientísima de mis cansados genitales. Me moriré besándote en la boca. Me comeré tu risa como antes me he comido tu madura tristeza.
No tengo límites. Límites no tienes. ¿Vamos a asesinarnos?

miércoles, 20 de febrero de 2008

luna tremenda (dos)


se eclipsa el sexo en la terraza
los cactus paren
otra vez, otra luna,
pero ésta se eclipsa
se ofusca en su brillo
es el tiempo de la penumbra
llena en la terraza
en la terraza roja como la luna
del eclipse

lloran los anillos
de saturno
el rojo de la luna
llora el viento en los motores

se eclipsa el viento en la terraza
es tiempo de penumbra
llena

lunes, 24 de diciembre de 2007

tan lejos del mar




tan lejos del mar lo único que fluye es fuego

arden las escamas, llora humo el llanto mudo
arden los poros, supuran ácido
arden las yemas de escribir
arden las yemas que ya no tocan el cielo

estamos lejos del mar
como esas ostras en el cielo de los acantilados
hace millones de años mar

estamos tan lejos del mar, acá

jueves, 20 de diciembre de 2007

Luna tremenda




La luna está tremenda sobre el lago. El narrador se acomoda con dificultad en el camarote. Saca la cabeza al cielo por esa ventana cuadrada y apretada que se llama tambucho. Tambucho. No escotilla, no tragaluz. El narrador se toma el mástil con las manos; con las dos manos. Después, después qué importa. Después lo agarra con una y empieza a escribir y a corregir. Lo obturado de su escritura. La obturación de las manos.
Sólo con su mástil escribe: gritos de semen.
Lo velado, la veladura. El velamen: estos atardeceres navegando. Primero el sol, la luna después. Singladura de los días.

viernes, 26 de octubre de 2007

mi mar por dentro


a mí mi mamá una vez que yo no podía volver a la costa porque el viento era cruzado y gris me esperó y me esperó desesperando y cuando pude acomodar la velita y sostener la botavara que se me iba al este de los brazos y pude surfear un poco el miedo y me lancé y llegué a la costa me dijo lago de mierda lago de mierda este lago me va a matar pero yo quería naufragar un rato más quería todo el naufragio posible en ese horizonte breve una hora más una ola más y ahí se despertó el mar que va por dentro, mi mar por dentro

viernes, 5 de octubre de 2007

domingo de ceniza


lago san roque, febrero del setenta y nueve

de noche, el rotor de un helicóptero cruza el viento que agita los eucaliptus
el vuelo se detiene, se oye el grito de un peso entrar al agua
son los arrojados al fondo de mi lago

es domingo al otro día
es día de carreras
mi padre y yo vamos siempre a las carreras, él corre en su lancha anaranjada y yo lo miro

los barcos esperan en el puerto, encadenados a un peso sobre el fondo
los barcos boyan fondeados sobre muertos

nosotros nadamos tomamos sol esquiamos reímos sobre muertos
navegamos sobre muertos
mujeres y hombres atados a piedras
muertos atados a muertos

es domingo de tormenta
es domingo de ceniza
mi padre va matándose sobre los muertos
tal vez el ruido de sus motores agite aún la noche de esos muertos

El cielo del pasado




Malabia, Costa Rica, Armenia y Nicaragua: chicharras inverosímiles en medio de una furia de diseño y dinero.
Fumo, me caliento al sol. La fuente de la plaza está seca. Está cercada, además. Un viejo toca el cerco con las manos: hierro dulce, para armar encofrados. La fuente está cercada, y está seca. El viejo se sienta a la sombra, en el extremo opuesto de mi rumbo en la rosa de los vientos. Campera beige, pantalones marrones de antes, anteojos delante de la mirada lenta. Las manos caídas, colgando de los brazos apoyados sobre las piernas. Se quita los anteojos, se seca los ojos con un pañuelo. Lágrimas de viejo.
La fuente parece un cementerio. Treinta monstruos de dos patas boquean al sol sin siquiera escupir para arriba. A mi lado, ligeramente al sureste, una vieja se sienta, se arremanga los pantalones y se pone crema en las piernas viejas. Recibe el sol con los ojos cerrados. Yo constato que respira.
Al frente, en el oeste franco, el viejo ya no está solo: una vieja se ha sentado cerca, hacia el sur. Han comenzado a hablar y ella ha ido acercándose hasta sentarse a su lado. Hablan sin parar, ella se acerca al oído de él, no se miran. Ella se para, le palmea el hombro y se aleja caminando. El viejo se queda solo unos minutos, la mirada hacia el suelo. Se para, acomoda sus cosas, avanza dos o tres pasos hacia el oeste y vuelve a sentarse. Es un trabajo, sentarse. A veces mira el mundo. Incluso me ve, escribiendo de este lado, al este de la plaza. Después algo es más fuerte que el mundo y apoya otra vez los ojos en el suelo. El cielo del pasado.
Pasa media hora. El viejo sigue ahí, somos ocho en esta esquina de la plaza, Armenia y Costa Rica. Estamos solos acá y ahora.
Me pongo las zapatillas, me levanto y salgo a caminar. Pero simplemente bordeo la fuente y voy a sentarme al lado del viejo, buenas tardes. Estamos a la sombra, al oeste de antes. Entonces el viejo, casi automáticamente, se levanta, recoge la revista sobre la que estaba sentado, toma el bastón. Mira en dos direcciones. Me esquiva sin mirarme, le pregunta la hora a una mujer que estaba más al sur que yo. Cuatro menos cinco, responde agria la mujer. El viejo se acerca y hace campana con la mano sobre el oído derecho. Cuatro menos cinco, cinco para las cuatro, ladra la mujer. El viejo comienza a arrastrar los pies, medias azul marino brillante, alpargatas de cáñamo. Rodea la plaza, desde el oeste hacia el sur, el este, el norte. Enfila hacia el noreste por un camino de palos borrachos en flor, palmeras, una bandera argentina sucia.
Necesito comer, necesito beber. Camino, compro un jabón de magnolia para ella, un balero antiguo de madera para mi hija. Me siento en un bar brasilero. Me Leva Brasil, sobre Costa Rica, apenas pasando Malabia desde la plaza. Croquetas de peixe, licuado de manga. Escribo y cada vez que levanto los ojos hasta la ventana, una mujer me lleva con ella. Todas caminan para allá, hacia el sur, y como mi silla apunta al mismo rumbo nunca puedo verles la cara. Desde esta posición están muy bien, diría el cantante.
Salgo, leo un pequeño cartel escrito en el frente del bar: Tu ángel te está buscando, encontralo. Pienso en ella, no sé si buscarla o encontrarla. Camino, encuentro de todo menos a mi ángel. Encuentro, primero, un libro para ella. Después Wasabi, para mí. En Honduras y Gurruchaga, unos graffitis que los dueños de los negocios no han borrado: Fuera artesanos. Al lado de uno alguien se opone: Hijos de puta.
Llego a la placita Cortázar, que para mí fue siempre la placita de Serrano. Piso una madera. Una tabla blanca, de un metro por veinticinco. En letras grandes, con fibra azul, o verde, se lee limpiamente: CASANDRA. Mi mano tiembla.
Camino por no parar. Demoro la culpa o el compromiso o la molestia. Hablo por teléfono y por Internet. Vuelvo al bar brasilero, suco de guayaba, bolinhos de bacalhau. ¿Cómo hago hoy para llamarla? ¿Cómo hago hoy para no llamarla? ¿Cómo hago si no la llamo?
Buceo en folletos y guías, camino alrededor de mí buscando un bar, Anarquistas Italianos, que hace uno o dos años estaba en nosequé y nosequé, Vera, Córdoba, Corrientes. Me hundo en el mapa, nervioso; la música tiene un saxo muy cercano a Mike Phillips que me devuelve a Montreal como un castigo. Lulú Santos, dice el mozo, y yo desconfío.
Es el miedo escondiendo ratas en mi espalda. Va y viene de mi cuerpo con alivios y con anclas. Ella pasa por la ventana. Ella son dos. Son tres. No, son más. Ella es más.
Estoy solo en Buenos Aires, rodeadocercado de amigos y de mí. Ellos y yo no van a atraparme. Palermo es Coyoacán, La Bodeguita del Medio. Santa Tereza. La caipirinha es un mojito. Aguardiente. El cuerpo grita, la mano tiembla. El cuerpo grita: pies, espalda, cabeza, mano derecha, estómago. Sé cómo, y no sé cómo.
Entra un ángel, tal vez el que anuncia el cartelito de la entrada. Entra el ángel, me vende dos collares, uno para mi hija (un pez, con cordón verde, verde esperanza, dice el ángel), otro para ella. Estoy embriagado, cansado, aterrorizado. Estoy acá y ahora. Escribo en mi libreta de cordel amarillo hasta el medio del viaje. Viajo hacia la duda, y sé que voy a volver allí. Aunque vuelva, aunque todo lo que vendrá.
No es el alma la que vuelve al cuerpo: el cuerpo vuelve a mi cabeza; el cuerpo, que apenas me ha traído desde la plaza, como un caballo al jinete ebrio, como un perro hasta su casa.
Se va el ángel, cuando viene parece ella pero cuando se va también. El peixe frito es enorme y es besugo. La mandioca asienta la caipirinha, que arde. Mi ángel me está buscando. Mientras miro por la ventana, tal vez, esté escondida. Tal vez. Pido la cuenta, voy a irme. Mi ángel sigue escondida, quién sabe si me está buscando, quién sabe si la encontraré.
Quién sabe.
Pago, salgo a caminar.

Mujer de madrugada

Sopla una canción de navegar
desmemoriada
para un mar hecho mujer
de madrugada

acá no sale el sol
en la ventana
acá lo busco yo

a vos no te da el sol
a la mañana
a vos te busco yo

llueva una canción de navegar
en marejada
yo ya quiero naufragar
en tu mañana.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

mis vientos navegan a bordo de un libro


un libro nuevo, abierto de babor a estribor
tratado de los vientos
poesía
editado por vientodefondo
librerías aquende, el espejo, rubén, el aleph, espacio galileo

Escrituras a la velocidad de la luz

escrituras a la velocidad de la luz
o
sesenta gramos




aquí
ahora
después del negro de fondo
después de los vientos de agosto
hay las nuevas formas de temblor
la música de las tormentas

hoy muere agosto
suena después del viento una ráfaga
de calma

unos poemas viejos se hicieron libro
aquí y ahora
apenas antes de morir

entonces otra cosa
escrituras con luz
una mirada otra
infunde luz sobre el lugar de la escritura
los objetos
los hábitos
los tics de la escritura
luz sobre tinta
ojos otros sobre las frases propias

escribir a la velocidad de la luz
luz de agosto en las janelas
vientos
todos los vientos
por fin el mar
el mar del otro lado de octubre
del otro lado del atlántico pasado

aquí
ahora
uno puede desplomarse
derrumbarse
sentirse extranjero

debajo del balcón caminan latas de cerveza
llevando pulsos de la mano
sentada en el balcón
una mano escribe a la velocidad de la luz
que es de luna y de neón

por la vereda pasan los dioses del mar
en forma de mujer
todos los dioses de aquí tienen tinta
en las caderas

escribir a la velocidad de la noche
en esta ciudad se puede escribir
a la velocidad de la luz

esperá lo inesperado
ordena un graffitti contradictorio
la luna va a llenarse
y yo no sé su nombre

escribir a la velocidad de la luz
las yemas no se sienten
no se sienten
se puede escribir así
es como tirar piedras en un lago de arena
amortiguar el ácido con ácido
como ir al mar y
no meter los ojos
no abrir los ojos en la sal del agua
no mirar atrás
estela de sal
huella de nada

escribir a la velocidad de la luz
aquí
ahora

la bruma se despeja y
mientras muere agosto
las dudas
van comiéndose menos tripa
menos viento

escribir a la velocidad de la mano
a la velocidad del mar
la luna de apenas humo
a las seis del sol que cae
detrás del morro

escribir a la velocidad del sol
al son del mar

un libro breve lleva años muriéndose
cinco años
cinco años y cuatro meses
cinco años y cuatro meses y una semana

corregir a la velocidad de la luz
corregir en una noche
y sacar el libro y sus tormentas

en la noche del mar
después de la espuma no hay mar
ni cielo
hay un fondo negro
allí penden barcos y faros encendidos
la marea sube
sube por la arena el blanco de lo negro
de lo más negro nace un viento franco
sólo a medianoche
comienza el día

la espuma bulle
brama
sopla frío y hebras de agua
blanco sobre negro
araña el mar
araña los pies
el blanco de la espuma
el blanco del papel
el blanco de la ciudad iluminada

dejar chorinhos en el mar
sin que nadie lo note
ni uno mismo
no es mar la sal que liban las lenguas
no es mar la lágrima en el mar
sal marina hecha de lágrimas
de amor en guerra
lágrima de ahogado
de náufrago
de suicida

la luna se llena en el morro
y pasa todo lo que uno deja pasar
cuando está aquí
cuando está ahora

escribir a la velocidad de la luna
la luna llena que fue una
y luego otra
yo no sé cuál es su nombre
yo no sé quién es el mar

no todo invierno es de guardar
no toda fiesta es en verano
la pleamar de la luna marca el paso de la música
el miedo va saliéndose del medio
el miedo para acá
el viaje para allá

mañana nunca existe y
el pasado
pesa menos en el mar

a la velocidad de la luz
pasan las páginas de una libreta barata
(un block marca esquelita
modelo triunfante)

en este balcón sobre el verano del invierno
una mano escribe a la velocidad de la luz

sobre el cielo de una terraza
entre gomeros y palmeras
la luna cae llena sobre la libreta
(nueve por trece con espirales
ochenta hojas lisas)

ella
ha salido desde las curvas de un morro
cuando salió tenía nombre

escribir a la velocidad de la luna
mañana revienta la luna
mañana no existe

ahora ha navegado unos grados hacia el este
una hora después ilumina un plato
de sardinas con arroz
y atraviesa el centro de mi viaje

se levanta un viento libre y feroz
lo sopla la luna llena
lo sopla ella
aquí y ahora sé cuál es el nombre de la luna
es sólo un momento
pasa
todo momento pasa

ahora arde fuego en la montaña
un corazón de llamas en la ladera este
se huele en el aire el humo verde
el mar se traga el humo
yo también
la palabra mar vive en estas flores

la velocidad de la luz es mayor que la del fuego
y sin embargo el fuego quema
arde el corazón en la montaña
a la noche
en el mar arde la piel

son las nueve
en el mar duerme la noche
el incendio se dispersa
va por más
el corazón se parte en dos y ahora es una costa
una ciudad incinerada
mi barco saqueado por piratas

ahora la luna tiene nombre
ahora no
tal vez sea el ritmo de las olas
tal vez las ráfagas intermitentes

es la luna soplando esta luz
la intensidad para escribir
para distinguir las frases hechas
de las frases por hacer

hay un umbral del estómago
un más allá fisiológico
después de cruzarlo
después de dejarse atravesar
por su espina alcohólica
empieza a soplar un viento fresco y
aromático

no son mis lenguas las que se hablan en el mar
ellas deslizan su música
en los oídos de mis yemas
se mixturan con la memoria de mis frases
con mi única música posible
arreglos nuevos
murmullos de sal en la fritura de mis frases

escribir a la velocidad de una lengua que se canta
la velocidad de una lengua caliente
una cantinela marina que inunda y se escurre
espuma entre moluscos
cáscara de mar

la música del mar es volátil
se va con la canción

va depositándose una resaca en la libreta
(tapa cartulina dúplex
doscientos cincuenta gramos
interior obra
sesenta gramos)
una resaca
hecha de trópicos y viento
unas manchas de humedad
un aire caluroso que dobla las puntas de las hojas

escribir a la velocidad de la luna
escrituras con luz
de eso se trata esto

la libreta va llenándose de tardes
de sal
del ruido de fondo de los bares
estas hojitas humedecidas
pesan menos de un gramo
digamos sesenta gramos de palabras

en el mar siempre viene otra canción
ése y no otro es el fin de las mareas
y los vientos y la luna

hacer olas

río de janeiro, invierno de dos mil siete

viernes, 29 de junio de 2007

el viento muere antes de la tormenta, claro

la gripe también lo detiene: con 39º transpirás la remera de dormir, que países menos eufemísticos llaman sudadera

con 40º se te van las ganas de comer

un poco antes de los 42º se confunden los paralelos con los meridianos, el barco navega dentro de la pieza y el brillo de la pantalla arde como el sol a las pupilas dilatadas

lunes, 23 de abril de 2007

Primeros vientos


Algo sopla.

Viento de fondo.

Me lleva desde siempre.